Cada vez más españoles eligen vivir en casas levantadas en naves y transportadas después al lugar donde desean residir. Son más eficientes, aunque no tan baratas como parecen.
José Ignacio lleva dos años viviendo en una casa prefabricada. Cuando él y su mujer pensaron en mudarse de un pequeño pueblo de Burgos a la capital de la provincia, nunca se les pasó por la cabeza hacerlo en una casa que no fuera “tradicional”. “Todo el mundo tiene el tópico de que este tipo de casas son peores, y a mí me preocupaba especialmente el frío”, explica.
Sin embargo, cada vez que se acercaban a la ciudad para visitar inmobiliarias, pasaban por un polígono con este tipo de viviendas. “Al final, un día por curiosidad decidimos entrar, y nos convenció”. Los únicos requisitos que tenían era que fuera unifamiliar y de una sola planta, por aquello de que la edad y las escaleras no son buenas compañeras. A partir de ahí, empezaron a planificar sobre una base la casa que querían construir. “De lo primero que nos enseñaron al proyecto final no hay ningún parecido”, recuerda ahora.