Durante miles de años, la madera ha sido empleada por el hombre para satisfacer muchas de sus necesidades. De las más primitivas chozas utilizadas en la prehistoria hasta las más modernas soluciones arquitectónicas contemporáneas, la madera se ha caracterizado por ser uno de los materiales de construcción preferidos. El estudio sobre este material es tan antiguo y extenso que no se podría establecer un punto determinado de su desarrollo, dado que permanentemente se asientan sobre las antiguas bases, nuevas técnicas y procedimientos. La madera conforma un elemento ampliamente utilizado durante la construcción; existen viviendas las cuales únicamente utilizan madera como elemento de construcción. Dadas su gran resistencia y durabilidad, suelen emplearse en la carpintería y como material estructural (columnas y vigas).
En el campo de la conservación, restauración o rehabilitación de construcciones de carácter histórico, la madera, por su uso, conforma un elemento muy importante a tener en cuenta. Conocer en profundidad sus características distintivas, su uso tradicional y las nuevas técnicas, resulta de vital importancia para el trabajo del constructor.
La madera la encontramos como el principal material contenido en los troncos, ramas y las raíces de los árboles. Durante miles de años ha tenido diversas funciones como combustible, materia prima para fabricación de papel, mobiliario, material de construcción, etc. El aprovechamiento del árbol se refiere, fundamentalmente, al tronco, y en menor medida, a las ramas. El tronco de un árbol presenta una forma tronco-cónica y está formado por sucesivas capas superpuestas. La importancia del conocimiento de esta estructura anatómica viene dada por la relación entre las características y propiedades de una pieza y el lugar del tronco del cual proviene, conjuntamente con la especie a la cual pertenece.
La madera constituye un conglomerado de células de forma alargada que conforman una serie de tubos paralelos al eje del árbol, variables en longitud y diámetro. Estas células son de dos tipos: Vasculares y de sostén. Las de sostén, están presentes sólo en las caducifolias (del latín cadūcus y folĭum, hace referencia a los árboles o arbustos que pierden su follaje durante una parte del año, la cual coincide en la mayoría de los casos con la llegada de la época desfavorable, la estación más fría en los climas templados).
Las vasculares se constituyen en tubos por los cuales circula líquido (la savia, ascendente y descendente). Se encuentran unidas unas a otras a partir de la materia intercelular y están trabadas, a su vez, por otro tipo de células perpendiculares en el sentido radial del tronco. Estas forman los rayos medulares, los cuales intervienen en la trabazón, alimentación y disminuyen la deformación radial pero facilitan la rotura por compresión, por ser un tejido más blando (condiciones de elasticidad y hendibilidad).
Las paredes de los tubos están formadas por una serie de capas compuestas por microfibras de celulosa enrolladas helicoidalmente alrededor del eje, embebidos en un material amorfo: La lignina. La madera es, entonces, un material versátil y liviano que compite favorablemente en algunas aplicaciones.
En cuanto a su composición química, resulta ser muy constante, no variando sensiblemente según la especie. Su composición global por masa es aproximadamente 49% carbono, 6% hidrógeno, y 0.2% nitrógeno; los elementos restantes y sus cantidades y formas varían considerablemente de una especie de árbol a otra.
Sus componentes moleculares se describen a continuación: Celulosa, 40 a 50% (red cristalina, otorga resistencia a la tracción); Lignina, 24 a 28% (amorfa incrustada en la celulosa, otorga rigidez). Estas dos constituyen el esqueleto resistente de las células de la madera. La Hemicelulosa, presente de un 20 a 25%, tiene a su cargo la unión de las fibras. El resto de sus componentes se reparten entre Taninos, Resinas, Colorantes, Aceites, Grasas, Cera, Savia. Esta última le otorga durabilidad, color y olor.