Las nuevas tecnologías

En el quehacer arquitectónico se verifican originales horizontes para la mano de obra. Hoy, hasta la denominación “plomero” suena desacertada. La aparición de nuevas tecnologías reorienta el accionar del instalador. Por ello, ahora hablamos del “Instalador especializado”, designación que se acompaña con la especificación de su quehacer (sanitarista, gasista, etc.). Dicha relectura respecto de la denominación de la mano de obra no resulta ser casual. Es sabido que una buena porción del mercado elige actualmente aplicar sistemas plásticos en sus canalizaciones, y sin embargo, a nadie se le ocurriría designar con el absurdo nombre de “plastiquero” al instalador.

El hecho de obviar, en la denominación de la mano de obra, el tipo de material aplicado sugiere una visión más adecuada acerca del accionar profesional. Después de todo ¿cómo resolvían nuestros antepasados sus problemas o satisfacían las necesidades que se les presentaban? Quienes desarrollaron la tecnología fabricaron, desde el rol que por entonces la sociedad les reclamaba, máquinas, sistemas, artefactos y dispositivos basados en su capacidad, experiencia y sentido común.

La propia palabra “técnica” proviene del vocablo griego “tekhné”, que significa “arte” o “maestría en un arte”. De esta forma, el nuevo rol de cierta mano de obra se inserta en el manejo de la última tecnología, constituida por el conjunto de procedimientos puestos en práctica con el objetivo de obtener un determinado resultado, el cual permanezca a la altura de las demandas que el hombre explicita en su contexto. 

Capacitarse, entonces, resulta un aspecto clave. 

El siglo XXI reclama nuevas respuestas a problemas históricos. También nos solicita un fuerte compromiso alrededor de temas más urgentes, como por ejemplo, el uso responsable y racional de los recursos naturales y energéticos (aspectos sobre los cuales toda la industria de la construcción debe aportar), la capacitación de la mano de obra para que actualice en forma permanente sus conocimientos, el desarrollo ético de las relaciones comerciales, etc.

La finalidad de la arquitectura es la obra y no el proyecto, razón por la cual la creación arquitectónica debe ser concebida en forma integral. La obra arquitectónica completa comprende dos etapas la composición y representación primero y la realización después. La técnica, denominando así al conjunto de conocimientos relativos a los materiales, elementos y disposiciones constructivas que puede manejar un arquitecto, para materializar su concepción, influye ampliamente en las dos etapas. La primera comprende la composición, la imaginación de la obra con sus formas, proporciones relativas, arreglos funcionales y estéticos.

El desconocimiento -o el conocimiento imperfecto- de las posibilidades y limitaciones que la técnica presenta para realizar la obra imaginada, puede traducirse en dos situaciones distintas.  Una, de materiales, o de recursos para concretarlas, y otro, que si los dispone resultan económicamente inconvenientes o incompatibles con la finalidad de la obra. Como ejemplo, podrán mencionarse proyectos donde se incluyen grandes ambientes sin columnas con construcciones pesadas en los pisos superiores donde no se han previsto los espacios necesarios para las estructuras resistentes destinadas a soportar, la cubierta de los ambientes en cuestión y las cargas de las obras ubicadas por encima; la adaptación de un proyecto debido a condiciones de ejecución posible, se traduce en el mejor de los casos, en modificaciones de escaleras, cambio de fachadas, etc.; otras veces la adaptación es imposible como cuando la altura total de los edificios permanece limitada por reglamentaciones u otras causas y la modificación obliga a superarla. 

Las citadas situaciones conducen, en primera instancia, a la inhabilitación total o parcial del proyecto, y consecuentemente, al descrédito del arquitecto que lo preparó. 

La “maestría en un arte” reclama un compromiso no siempre asumido por parte del profesional.

Por el Arq. Gustavo Di Costa

Editor de Revista ENTREPLANOS

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