La economía de una obra es, en gran medida, resultado de su racional organización. Para garantizarla es necesario formalizar un profundo estudio del proyecto y una pronta distribución de planos de detalles a los dirigentes responsables de los obradores. La sincronización de la actuación de las distintas empresas que van a colaborar en la obra produce una disminución de tiempos “muertos” y maniobras equivocadas, conformando, por ese sólo hecho, uno de los factores más importantes para la economía y rapidez. La reducción de movimientos innecesarios, la elección acertada de las instalaciones, la sistematización y el orden son otros tantos factores concordantes dentro de éste ítem.
La organización de un obrador comprende el conjunto de elementos y disposiciones convenientes para la ejecución de la obra prevista en las mejores condiciones posibles. Dicha organización consiste, pues, en definir y coordinar los medios necesarios para la realización de la obra respetando fielmente las directivas generales impuestas por la Dirección de Obra.
Dichas directivas se aplican a ciertos elementos, a saber: Rapidez, economía y calidad. Aun cuando están enlazadas entre sí, dentro del marco de la organización de ciertas obras, una cualquiera de tales directrices puede revestir carácter predominante.
La rapidez exigida por el Propietario, el Director de la Obra o por el rendimiento financiero es, en muchos casos, el objetivo principal. Es erróneo tomarlo en cuenta aisladamente o unido tan sólo con el factor economía. Podemos entender la calidad, una vez que el proyecto se haya estudiado suficientemente con tal finalidad precisa. Si la rapidez se traduce en una economía en el momento de la financiación de la obra, no sucede siempre lo propio durante la realización. Una ejecución excesivamente rápida exige, con frecuencia, el empleo de procedimientos de mucha importancia.
Dada la diversidad de los formatos de obras que se llevan a cabo, de sus formas, de los materiales empleados, de los procedimientos de construcción, de las condiciones locales, de los medios de financiación, de la calidad de la mano de obra y de los cuadros de personal, puede decirse que cada obrador constituye un caso particular de organización. Para cada uno de ellos, su diseño se basa en una serie de datos inseguros. Así, pues, únicamente mediante el estudio de casos semejantes, de los resultados en ellos obtenidos y de las conclusiones extraídas pueden plantearse los principios básicos a seguir en la organización de las instalaciones en cuestión.
Para establecer el plan de la organización y de la marcha general de los talleres a pie de obra de que es responsable, el Director de la Obra procura obtener la colaboración de los diferentes contratistas que han de cooperar en la realización de la misma.
En el caso de grupos de empresas solidarizadas, el papel de la coordinación de los trabajos se suele confiar a una empresa principal. Por regla general, la mayor parte de esa organización corresponde al contratista de la obra, cuyos trabajos son más importantes y de mayor duración.
Las otras entidades se limitan a incorporar sus trabajos a la obra mayor de la construcción.
La solución consiste en ir nombrando a los representantes de las demás actividades y gremios, conduce generalmente a manipulaciones equivocadas, a errores atribuibles a la falta de preparación.
De la estrecha colaboración entre los diversos participantes en la obra ha de nacer el acuerdo que permitirá una realización sin tropiezos, con el mínimo de maniobras equivocadas y, por consiguiente, una ejecución rápida, económica y de calidad.
Por el Arq. Gustavo Di Costa
Editor de Revista ENTREPLANOS